Cuentos Infantiles El Patito Feo

Cuentos Infantiles El Patito Feo


¡QuĂ© maravilloso estaba el campo, iluminado por la brillante luz del veraniego sol! ResplandecĂ­an los trigales dorados, sobre los que sobrevolaban graciosamente varias cigĂĽeñas de patas rojas.
Una hermosa granja rodeada de acequias sobresalĂ­a en aquel precioso paisaje. Tanta era allĂ­ la vegetaciĂłn, que no era raro que una pata hiciera su nido entre las ramas.
El ave permanecĂ­a sobre los huevos esperando ansiosa el nacimiento de los patitos. Por fin, uno tras otro, Ă©stos fueron rompiendo el cascarĂłn, deseosos de conocer el mundo. Apenas salieron todos, siguieron a su madre observando todo a su paso.
–¡Oh, nunca hubiera imaginado que el mundo fuera tan grande! –dijo, admirado, el más pequeño de los patitos.
-La madre riĂł.
–¿Crees que esto es el mundo? No, hijo mĂ­o; el mundo es mucho más grande de lo que imaginas.
De pronto, la mamá pata empezó a contar a sus hijos y se dio cuenta de que faltaba uno por nacer. Entonces volvió al nido a seguir empollando.
Mientras estaba en el nido, una pata vieja fue a visitarla.
–¿CĂłmo va eso? –preguntĂł amablemente.
–AquĂ­ estoy todavĂ­a, porque hay un huevo que no termina de romperse. Pero fĂ­jate en lo preciosos y robustos que son los demás patitos.
–Debes tener paciencia. Aunque espero que no te pase lo que a mĂ­ hace tiempo: me pusieron en mi nido un huevo de pava y sufrĂ­ mucho cuando tuve que enseñarle a nadar. Bueno, ahora me voy. ¡Hasta la vista, y suerte con ese huevo!
Por fin, el nuevo hijo rompiĂł el cascarĂłn. Era largo y muy flaco. La madre lo mirĂł desanimada.
–¡QuĂ© feo es! No parece hermano de los otros. ¿Y si fuera un pavo como el de mi amiga? Lo mejor será llevarlo mañana a nadar y asĂ­ saldrĂ© de dudas.
Al día siguiente, el sol despertó a la pata y a sus patitos. Sin perder tiempo, la madre los contó y empezó a andar, muy erguida, seguida de toda su familia. Apenas ella se metió al agua, los patitos la siguieron sin asustarse y se sumergieron como perfectos nadadores, saliendo luego a la superficie y moviendo sus patitas con habilidad. La madre miró especialmente al más feo de sus hijos y se asombró al ver que era el mejor nadador.
–¡Es un verdadero hijo mĂ­o! No hay más que ver la elegancia con que mueve sus patas y lo erguido que se mantiene. ¡Vamos, hijos! SĂ­ganme hacia el corral para presentarles a mis amistades. PĂłrtense bien y tengan cuidado con el gato, que no es buen amigo nuestro.
Los patitos obedecĂ­an animadamente las instrucciones de su madre.
–Apuren el paso, hijos. Deben mantener en alto la cabeza, inclĂ­nenla sĂłlo cuando pasen por delante del pato viejo que está en aquel extremo. Es el pato más respetable e importante del corral.
Es de raza aristocrática y la cinta roja que lleva en el cuello es la señal de su alta distinción.
Al llegar al corral, los demás patos los rodearon. De pronto, uno de ellos, fijándose en el más feo de los patitos, dijo:
–¡Eh, miren, quĂ© pato más horrible!
–¡Fuera! ¡Vete a otro corral! –gritaron los demás.
La madre se enfureciĂł.
–¡No se atrevan a tocarlo! ¡Ă‰l no les ha hecho ningĂşn daño!
–¡Pero es muy feo y demasiado grande! No se parece a ninguno de nosotros.
El patito feo estaba muy asustado. Entonces, llegaron donde el pato viejo e importante.
–¡QuĂ© hermosos hijos tienes! –dijo Ă©ste, felicitando a la madre–. ¡Esto te honra! Pero ese tan feo... ¿No puedes volver a incubarlo?
–No es posible, señor –dijo la madre, haciendo una reverencia-; pero no tiene mucha importancia que no sea hermoso, porque es muy buen hijo, y con el tiempo mejorará de aspecto. Lo que pasa es que estuvo mucho tiempo en el huevo. Estoy segura de que va a ser muy fuerte –y le acariciĂł tiernamente la cabeza.
El pato viejo suspirĂł.
–¡En fin! Quizá tengas razĂłn; hay que esperar.
El primer día de vida de los patitos fue bastante bueno para todos, salvo para el pobre patito feo. Éste se sintió despreciado por todos los que se burlaban de él y lo maltrataban con crueldad.
Los dĂ­as siguientes fueron aun peores. No lo dejaban tranquilo; hasta sus propios hermanos le decĂ­an: "¿Por quĂ© no te atrapará el gato y nos libramos de ti? Nos das vergĂĽenza". Y el pobre patito feo se sentĂ­a muy infeliz.
Un dĂ­a, tomando impulso, echĂł a volar. LlegĂł hasta un gran estanque, donde habitaban los patos silvestres, y durmiĂł allĂ­ aquella noche, ya que estaba cansado de tanto volar.
A la mañana siguiente, cuando los patos silvestres levantaron el vuelo, se encontraron con el nuevo huésped.
–¿De dĂłnde has salido tĂş? –le preguntaron-. ¡Eres feĂ­simo, pequeño! Pero, bueno, si te portas bien, puedes quedarte con nosotros.
AsĂ­ lo hizo el pobre patito.a
–¡Pum! ¡Pum! –se oyĂł al rato.
Los disparos de un grupo de cazadores de gansos asustó a las aves. Éstas huyeron volando hacia el este. Pero el patito feo se quedó. Escondió la cabeza bajo el ala y se mantuvo muy quieto mientras los disparos continuaban al son del furioso ladrido de los perros cazadores.
Más tarde acabó la cacería. Muy despacio, el patito observó a su alrededor antes de alzar el vuelo.
Atravesó granjas, campos y jardines. A veces soplaba un viento muy fuerte que lo obligaba a agachar la cabeza. El otoño se acercaba; las hojas de los árboles se volvieron amarillas y los campos perdieron el verdor que los cubría en el verano. El patito descansaba en cualquier rincón, mientras se daba cuenta de que los días pasaban y se ponían más frescos. Densas nubes amenazaban en el cielo, cargadas de lluvia y de nieve.
Una tarde, cuando el dĂ©bil sol empezaba a esconderse, el patito feo vio entre los árboles de un bosque a una numerosa bandada de grandes aves intensamente blancas. ¡Nunca habĂ­a visto algo tan hermoso! Eran cisnes que, al mover sus largas alas, lanzaban un grito muy extraño. Pero volaban tan alto que al pobre patito le dolĂ­a la cabeza de tanto mirar.
Muy impresionado, el patito perdiĂł de vista a las bellas aves, preguntándose adĂłnde irĂ­an y cĂłmo se llamarĂ­an. No las envidiaba, porque no se sentĂ­a digno de tanta belleza. ¡Pobre patito feo! Soñaba con ser bien considerado y tratado igual que los otros patos junto a su madre.
Pasaron los días y el invierno se volvió más crudo. El patito debía estar siempre nadando para que el agua que lo rodeaba no se helara. Pero hacía tanto frío que cada noche se empequeñecía más el espacio en que podía nadar. Tanto se heló el agua a su alrededor, que el pobrecito se vio obligado a mover continuamente una pata. Nunca descansaba. Hasta que, finalmente, agotado, quedó preso en el agua congelada.
Al amanecer lo vio un campesino que por casualidad pasaba por allí. Se acercó al hielo, lo rompió con los pies cuidadosamente y, tomando cariñosamente al patito entre sus manos, lo llevó a su casa, dejándolo a los cuidados de su mujer.
En aquel lugar, el avecita se sintiĂł mejor hasta que, creyendo que los hijos pequeños de aquel buen hombre lo iban a maltratar, acabĂł por huir. PasĂł el largo invierno y el patito logrĂł sobrevivir a todas sus desventuras. Una mañana, escondido entre los juncos de un estanque para cubrirse del frĂ­o, sintiĂł un calorcillo agradable. ¡HabĂ­a llegado la primavera!
Al desplegar sus alas advirtiĂł que se movĂ­an con más fuerza y lo trasladaban con impresionante rapidez a grandes distancias. VolĂł mucho, hasta que de pronto se encontrĂł en un bello jardĂ­n. "¡QuĂ© lindo lugar para quedarme y vivir para siempre!", pensĂł el patito.
Inesperadamente, de entre las ramas de aquel hermoso jardĂ­n surgieron tres preciosos cisnes. El patito feo se sintiĂł dominado por una gran melancolĂ­a.
–¡Quisiera poder volar y vivir junto a esas aves maravillosas! –exclamĂł–. Pero quizá me matarĂ­an porque soy feo y desentono a su lado...
Se quedó pensando un rato, y luego añadió:
–¡No importa! ¡Prefiero que ellas me maten a vivir maltratado continuamente por los patos, las gallinas y la gente!
Y volando hasta donde nadaban los cisnes, se posĂł junto a ellos humildemente, como esperando el fatal e inevitable castigo.
Entonces vio en el agua cristalina ¡su propia imagen! Pero su aspecto ya no era el mismo: comprobĂł sorprendido que habĂ­a dejado de ser un ave de color terroso, que ya no era un pato tosco y feo. ¡Vio que era un cisne! Se sintiĂł inmensamente feliz. Todos sus sufrimientos se acababan.
Poco después llegaron unos niños al estanque. El más pequeño exclamó:
–¡Miren, hay un cisne nuevo! ¡QuĂ© bello es!
–SĂ­, es el cisne más hermoso del estanque –corearon los demás.
El nuevo cisne se sintió avergonzado; estaba feliz aunque confuso. Era considerado como la más linda de todas las aves creadas por Dios, pero no se enorgulleció por ello, ya que quien tiene buen corazón nunca es orgulloso.
Entonces el antiguo patito feo irguiĂł su gracioso cuello y pensĂł emocionado:
–Jamás soñé alcanzar esta inmensa felicidad cuando era el pobre y humillado patito feo...





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